La mentira, como forma de
engaño, sólo puede
funcionar gracias a un antecedente de verdad.
Daniel
Dennet
Confieso que he mentido y
que lo haría de nuevo con la misma facilidad y tranquilidad que en ocasiones
anteriores. Comienzo con esta declaración porque quiero dejar claro que
abordaré el tema desde la propia experiencia. Así es que no se sorprenda si le
digo que durante los pasados cincuenta minutos tuve que recurrir dos veces a la
mentira.
Cuando me senté frente al
teclado y escribí la primera oración timbró el teléfono y pedí con un grito que
alguien contestara y dijera que no estaba en casa. Veinte minutos más tarde
volvió a sonar el timbre y mi reacción fue la misma. La primera llamada fue de
mi hermana y la segunda de un amigo. Así de fácil fue mentirle a estos queridos
seres humanos y la verdad es que no me arrepiento. Pues entre una y otra
llamada habría perdido el hilo de lo que estaba escribiendo. No piense que soy
un mentiroso compulsivo, miento solamente cuando las circunstancias no me dejan
otra salida.
Esa es la realidad. Mentir
es tan usual en nuestros días que hay quién lo hace con tanta frecuencia que
termina creyéndose sus propias mentiras. Antes de continuar es pertinente aclarar que la mentira y la falsedad no significan exactamente lo mismo aunque ambos
términos se apliquen a situaciones parecidas. La acción y el resultado no son
iguales; mentir es decir o manifestar lo contrario de lo que se
sabe, se cree o se piensa, y falsear es adulterar o corromper una cosa.
Por ejemplo, ¿cuál sería el
comportamiento de un vendedor de caros usados cuando quiere vender un vehículo
que no está en óptimas condiciones? Tiene que escoger entre decir la verdad o
mantener en secreto lo que sabe. Y si no dice lo que sabe tiene que
acudir a la falsedad. Para lograr su objetivo debe distraer la atención del
cliente y evitar las preguntas incómodas. Con esta acción el vendedor no miente
pero oculta la verdad. Se ha reservado mencionar los desperfectos mecánicos y
el desgaste en las piezas del motor. Y si logra realizar la venta sentirá que actuó
correctamente y justificará su comportamiento alegando que los carros usados
siempre tienen desperfectos.
Así
encontraremos decenas de casos en donde la falsedad no se puede detectar fácilmente.
Un ejemplo clásico es el de los medios de comunicación cuando manipulan la
información con el fin de beneficiar a intereses políticos o económicos o
ambos. También están las famosas ofertas con descuentos extraordinarios o el
famoso "compre uno y reciba otro gratis". De esta manera se engatusa a mucha
gente que termina creyendo historias cargadas de falsedades. Es inevitable, tan
pronto cruzamos el dintel de la puerta y ponemos un pie en la calle nos
convertimos en presas fáciles del engaño.
La mentira y la falsedad se
han institucionalizado. Ante este panorama cabe preguntar si hay algo que
podamos hacer para corregirlo. Yo creo que sí, pero hay que comenzar por casa.
Tendríamos que reeducarnos y atrevernos a ser honestos. Pero la honestidad
requiere ser practicada, hay que ejercitarla a diario como si fuera un músculo
del cuerpo. Así se fortalece la voluntad y se desecha cualquier deseo contrario
al bien común. Tampoco se trata de que nos convirtamos en jueces o en inquisidores
del resto de la humanidad. En todo caso, si tuviéramos que señalar a alguien
deberíamos empezar apuntando el dedo hacia nosotros mismos.
Aspiremos a transformarnos
en personas auténticas y sinceras. Se puede, sólo hay que intentarlo y poco a
poco lograremos despojarnos del lastre de la mentira y de la falsedad. Para dar
el ejemplo he conectado el teléfono a un contestador automático, así nadie en
casa tendrá que mentir por mí. Ahora toda la responsabilidad, si alguna, recae
sobre ese maravilloso aparato que he programado para que responda y diga que no
estoy.