sábado, 11 de abril de 2020

Optimismo delirante




Cada día los medios de comunicación reseñan lo que todos ya sabemos: el virus sigue ganando terreno y las víctimas fatales aumentan exponencialmente. También están las “buenas noticias” difundidas a través de las redes por grupos y organizaciones sociales y religiosas. En sus mensajes nos invitan a que veamos el lado positivo del problema, algo muy parecido a esa receta que dice que no se debe ver el vaso medio vacío sino medio lleno. Sin embargo, creo que esta fórmula puede conducirnos a la negación de la realidad y a que justifiquemos aquellas conductas egoístas e irresponsables de quienes se benefician de las crisis.

 

Los artífices de este optimismo morboso sostienen su argumento sobre la base de que algo o alguien interviene para alterar el curso de los acontecimientos que nos producen aflicción. Creen, y nos quieren hacer creer, que las necesidades humanas son atendidas desde una oficina celestial. Esta actitud, un tanto arrogante, es consecuencia de la visión geocéntrica que caracteriza a quienes han sido formados en doctrinas que ubican al hombre en el centro del universo. Pero ni una cosa ni la otra, no somos herederos de nada que nos coloque por encima del resto de las criaturas ni ocupamos un lugar preponderante en el cosmos.

 

Durante las últimas tres semanas de confinamiento a causa del coronavirus he notado como han proliferado los motivadores y los expertos en asuntos espirituales. He escuchado como pseudocientíficos, sacerdotes, pastores, gurús, astrólogos y curanderos cibernéticos tratan de explicar las causas de la pandemia. Según dicen estos señores y señoras se trata de una reprimenda por nuestras malas acciones. Aunque evitan mencionar quién impone el castigo se puede inferir que la enfermedad ha sido enviada por una entidad sobrenatural.

 

Ayer me enviaron un video publicado por la médica y ministro evangélica Ruth Calderón en el que hace un recuento sobre las recomendaciones de dos científicos de la universidad Ludwig-Maximilians de Alemania. Concretamente dicen los investigadores alemanes que si hacemos gárgaras de agua con sal durante los primeros siete días cuando aparecen los síntomas se puede evitar que el virus llegue a los pulmones. Sin embargo, parece que a la ministro evangélica no le satisface que sea la ciencia la que se ocupe de los asuntos de salud y asegura que ha sido dios el que ha inspirado a los investigadores alemanes para que hicieran tal descubrimiento. Quizá la doctora Calderón tenga razón, pero lo que no me parece razonable es que la inspiración (divina) llegue después que la enfermedad se ha esparcido por todo el planeta y ha matado a más de cien mil personas.

 

Otro caso patético es el del famoso exorcista católico José Antonio Fortea. Dice el también yutuber que las enfermedades son provocadas por los pecados. El cura asegura que detrás de todo bien y de todo mal está la voluntad de dios porque «desde el momento en que creemos en la existencia de un ser infinito de pleno poder ocurre lo que él permite». Además, a modo de justificación cita al rey David cuando este dice que “es mejor que el castigo venga de dios y no de los hombres”. Quiere decir que debemos agradecer que el virus tenga origen divino y no biológico. Por eso la recomendación que nos deja Fortea para enfrentar al coronavirus y otras enfermedades es que oremos. Después de escuchar a la ministro evangélica y al cura exorcista siento que todavía quedan vestigios del oscurantismo medieval que tanto daño causó.