domingo, 29 de marzo de 2020

Ahora nos toca a todos




Mis bisabuelos no conocieron el teléfono, nunca vieron un avión y tampoco se montaron en un automóvil. Así de simple era su vida. Hoy, muchos años después, miro hacia ese pasado y me pregunto cuál sería su reacción si se enteraran que ya hemos caminado sobre la superficie lunar y que pronto llegaremos a Marte. Pero su sorpresa sería mayor si supieran que seguimos siendo extremadamente vulnerables a pesar del camino recorrido por la ciencia y la tecnología. Así es, todavía nos morimos por causa de un virus. Todavía no hemos alcanzado la inmortalidad.

 

Me siento, como el resto de los mortales, preocupado porque mi nombre no llegue a la lista de las víctimas fatales del COVID-19. Y no es para menos. Las cifras de contagios y muertos es alarmante y esto hay que tomarlo muy en serio. Aunque esta pandemia no es la primera que padece la humanidad, tiene la peculiaridad de que no discrimina y que nos afecta a todos por igual, principalmente a los habitantes de las grandes ciudades con alta densidad poblacional que pocas veces llegan a padecer directamente los males que sufren las comunidades rurales y pobres.

 

Ha sido una de las pocas veces, quizá la única después de la pandemia de gripe de 1918 que dejó un saldo de más de 50 millones de muertos en Europa, que la humanidad ha sufrido una tragedia de proporciones mayores. Hasta ahora las enfermedades contagiosas atacaban principalmente a las poblaciones más vulnerables que viven en condiciones insalubres en áreas altamente contaminadas. Tal es el caso de la malaria que en 2018 produjo aproximadamente 228 millones de casos en todo el mundo y dejo el saldo de 405 mil muertes.

 

Ahora el problema toca las puertas de las sociedades económicamente privilegiadas y sus ciudadanos experimentan impotencia e incertidumbre. Debido a que las circunstancias nos obligan a permanecer confinados en casa es un buen momento para reflexionar seriamente sobre la necesidad urgente de realizar cambios profundos y asumir una actitud distinta hacia la vida.

 

A pesar de todo el sufrimiento que esta crisis ha causado quiero pensar que algo hemos aprendido. Tal vez, empujados por la desgracia, logremos ponernos de acuerdo en algunos asuntos medulares. Por ejemplo, aunar esfuerzos para mejorar las condiciones de vida de aquellos que viven en extrema pobreza sin acceso a cosas tan básicas como el agua potable, la alimentación y la medicina.

 

Sería bueno que más allá de las consignas y los eslogan pudiéramos aprender algunas buenas lecciones que perduren en el tiempo. La situación actual exige que dejemos de lado la indiferencia y seamos más sensibles ante el sufrimiento de los demás. Por primera vez en muchos años vivimos una crisis global que ha evidenciado muchas deficiencias y debilidades que debemos superar. Ahora tenemos una magnifica oportunidad para corregir muchas de esas deficiencias y comenzar un proyecto de vida coherente e inclusivo.