Para Adriana
El hábito no hace al monje, dice el refrán. A principios de los ochenta la figura del Che fue redescubierta por los magos del marketing. Al parecer los fabricantes de ilusiones no se habían enterado que existe un mercado de aproximadamente 550 millones de personas distribuidas en veintiún países de América Latina que conocen o tienen alguna referencia acerca de la figura del comandante Guevara. Aunque no todos tienen la capacidad económica para comprar artículos que no sean de primera necesidad, un porcentaje considerable (poco más de 50 millones) puede destinar recursos para el consumo de bienes o de lujos.
A propósito de los expertos en marketing me gustaría compartir una historia que en su momento me pareció increíble. Hace algunos años estuve de visita en la casa de unos amigos que viven Miami. Una tarde decidimos dar un paseo por la Pequeña Habana que a saber se ha convertido en la capital del exilio y del pintoresco cubaneo. Después de una larga caminata entramos a un coffee shop para almorzar y descansar. Casi a punto de terminar la comida se nos acercó un hombre joven, alto, de abundante cabellera negra, que dejaba notar en sus maneras y en su hablar que hacía poco tiempo que había cruzado el pedazo de mar que separa Cuba de la Florida. El recién llegado nos saludó con un «mis amigos cómo la están pasando», y sin perder un segundo colocó sobre la mesa unos frasquitos de vidrio trasparente tapados con corcho y una etiqueta que leía: «Ten fe y serás salvo».
Como no acostumbro tocar nada que me provoque sospechas (una de mis tantas manías), utilicé una servilleta para dar vueltas a uno de los envases y ver su contenido. El joven, que observaba atentamente, reaccionó indignado a mi desconfianza y aprovechó la oportunidad para aclararme que él era un hombre honesto y que jamás le pasaría por la mente engañar a nadie. Su auto defensa a priori, sin previa acusación, me llevó a pensar que la tomadura de pelo era inminente. Y no me equivoqué. Me juró que aquella arena embotellada era una muestra del suelo de Jerusalén por el que caminó Jesús. Además, fue enfático al sugerir que aquel polvo sagrado traería bendiciones a nuestras vidas.
Pensé despachar el asunto con un “no, gracias”, pero me contuve y decidí seguir el juego. Le pedí al vendedor de arena santa que se sentara con nosotros y le propuse un trueque. Le dije que le cambiaría uno de sus frasquitos por una taza de café y una orden de croquetas de jamón. Confundido, sin saber qué responder, murmulló un tímido sí y aceptó mi oferta. Tomó un sorbo de café y sin salir todavía del asombro me pidió que le explicara qué pasaba.
Lo miré fijo a los ojos como se mira a un niño que acaba de confesar su travesura y le dije que esa no era la mejor manera de ganarse el peso. Le expliqué que subestimar la inteligencia de la gente no era bueno y que lo único que ganaría sería el mote de vulgar timador. Después de mi amonestación me prometió que se dedicaría a otra cosa y con un efusivo apretón de manos se despidió.
Pasaron varios meses hasta que volví a comunicarme con mis amigos. En nuestra conversación telefónica aproveché para preguntar por el novel empresario. —Pues sí —dijo mi amiga Maritza, al parecer siguió tus consejos y ahora se dedica a vender estampitas de la Virgen de la Caridad bendecidas por el Papa. También me comentó que para validar su argumento muestra a sus clientes una docena de fotos en las que aparecen las estampitas y las estatuillas de la Virgen colocadas sobre una manta azul celeste en el piso de la Piazza San Pietro mientras en un segundo plano aparece Juan Pablo II asomado por la ventana del Palacio Pontificio con los brazos extendidos. ¡Dígame usted si esto no es marketing!
Cuando de negocios se trata, no se salva nadie, ni siquiera el doctor Ernesto Guevara de la Serna. Revistas, carteles, camisas, gorras, paraguas, mochilas, vasos, bolígrafos, pegatinas, envolturas para cigarros, calzoncillos y toallas con la imagen del Che se pueden comprar en cualquier ciudad del mundo. Me parece que eso no era lo que el médico argentino quería decir cuando hablaba de internacionalismo. De ser un hombre que combatió hasta la muerte los excesos y el consumismo, ahora los mercaderes del templo lo han convertido en mercancía.
La Che manía ha dejado rezagados a otros ídolos que ya no tienen tanta acogida pero que en su momento fueron iconos de los rebeldes que ya no tienen una causa digna que defender y prefieren fumarse sus frustraciones escuchando a Bob Marley. Como todo lo que es moda pasa de prisa, la del Che se encuentra en las últimas. Ahora que los modelos a imitar llevan piercing en la lengua y tatuajes de carabelas es poco práctico idolatrar al enigmático guerrillero. Pero el Che no está solo, también pasaron de moda Gandhi, Sandino, Malcolm X, John Lennon y Mandela. Ahora sólo nos queda seguir de cerca las tendencias de la moda y ver qué será lo próximo que los ilusionistas del marketing nos harán comprar.