martes, 4 de octubre de 2011

Sobre la felicidad




La felicidad no es cosa fácil; es muy difícil encontrarla

en nosotros, e imposible hallarla en otra parte.


Nicolás de Chamfort

 

La felicidad está construida por un perpetuo

estado de iniciación, de entusiasmo constante.


Julio Ramón Ribeyro

 

 

 

Consulté varios diccionarios y casi todos coinciden en que «la felicidad es el estado de ánimo que se complace con la posesión de un bien, que a su vez nos produce satisfacción, nos complace el gusto, y nos hace sentir contentos».

 

Durante una entrevista en 1956 a bordo del yate Cristina el escritor José Luis de Villalonga increpó al multimillonario Aristóteles Onassis acerca de su reputación de vivir pendiente al dinero. Onassis, conocido como el griego de oro, respondió que «el dinero me da todo lo que los que no lo tienen creen que es la felicidad». Más adelante en la misma conversación Onassis fue enfático y le dijo a Villalonga que «no es el dinero lo que me interesa en primer lugar. Es el juego, el combate, la situación inextricable. Y naturalmente, el poder. Todo ello me produce una angustia y una alegría sin las cuales no podría vivir».

 

Otro caso interesante es el del escritor estadounidense Ernest Hemingway (Illinois 1889) que vivió una de las vidas más intensas y placenteras de todos los tiempos. Fue corresponsal de guerra en España, cazador en África, Nobel de literatura en 1954, amante codiciado, bohemio empedernido y novelista apreciado por quienes hemos leído su obra. Se inició en las letras como reportero en el Kansas City Star y poco tiempo después se alistó como voluntario para conducir ambulancias en Italia durante la segunda guerra mundial. Desde ese momento el mundo se abrió para él y él se abrió al mundo.

 

Hemingway vivió con la intensidad y la pasión que caracteriza a quienes descubren temprano en la vida que los momentos de placer son tan efímeros como una puesta de sol frente al mar. Por eso, al igual que Onassis, él necesitaba experimentar cada día nuevas aventuras y nuevos retos que le dieran sentido a su vida. Su vagar por el mundo lo llevó hasta La Habana en 1959 donde se hizo famoso, entre otras cosas, por su daiquirí (sin azúcar) que él mismo bautizó como el Hemingway Special. Este y otros placeres contribuyeron a que el autor de El viejo y el mar viviera enamorado de la isla caribeña.

 

De regreso en 1961 a la ciudad de Ketchun en Idaho y sumido en una profunda depresión provocada en parte por el alcoholismo se suicidó. Así concluyó el último capítulo de la vida de un hombre adicto a las emociones fuertes y a los placeres. «Hay muchas cosas que dan gusto a nuestro cuerpo, pese a su mismo dolor», dijo Séneca.

 

Ambos ejemplos sobrepasan en dramatismo la realidad que vive la mayoría de la gente pero no por eso dejan de ser válidos. Aun aquellos que llevan una vida sencilla carente de emociones fuertes cómo las que vivieron Onassis y Hemingway toman de vez en cuando el camino del placer físico o mental con la esperanza de llegar algún día a las puertas de la felicidad.

 

A muy temprana edad se nos enseña que la felicidad es un derecho y se nos dice que hay que poner empeño en alcanzarla. ¿Y por qué hay que afanarse en alcanzar lo que nos corresponde en derecho? ¿No debería ser la felicidad inherente al ser? Todo depende de si por felicidad se entiende placer, o si se la mira como un estado mental que nos induce a sentirnos a gusto con nosotros mismos y con los demás.

 

Qué puede producir más tristeza que la muerte de un ser querido, sobre todo si fallece repentinamente. La tristeza que sentimos es real y nos afecta profundamente, a veces por un largo periodo de tiempo. Pero si la persona que muere es un desconocido es posible que no lleguemos ni siquiera a sentir tristeza. Hasta cuando muere alguien que nos ha causado daño o dolor podemos experimentar cierta melancolía por su ausencia debido a la cercanía de la relación.

 

Estar o ser feliz es un asunto simple o complicado, depende de cuán simple o complicados estemos dispuestos a vivir. Además, hay que tener claro que la felicidad no se puede idealizar ni debe ser considerada un privilegio y mucho menos una bendición, porque al pensar así descalificamos a la mayoría de la humanidad. Prefiero creer que eso que llamamos felicidad es un estado de ánimo que se puede alcanzar cuando nuestras ambiciones, temores, sueños y necesidades llegan a un punto de equilibrio razonable. Digo esto porque cuando siento hambre o sueño y no puedo satisfacer oportunamente éstas necesidades me siento infeliz y me transformo en una persona irascible y antipática.

 

En todo el mundo hay decenas de miles de seres humanos desvalidos para los que la felicidad no es más que un ideal. Así es que si queremos ayudarlos a cambiar esta realidad conviene que seamos diligentes en entender y atender sus necesidades afectivas y materiales, sino la felicidad seguirá siendo lo que es hasta ahora, una utopía.