No se llega a la iluminación imaginando
figuras de luz sino siendo consciente
de la oscuridad.
Carl G. Jung
A nadie le gusta ser el malo de la película. La mayoría prefiere que su participación en el escenario de la vida refleje el lado bueno y agradable de su personalidad. Ser malo no es bueno, excepto en Hollywood donde los villanos cobran millones de dólares por desgraciar la vida de los demás. El tema que quiero tratar aquí no es precisamente el de la maldad, sino el de la sombra que siempre nos acompaña. Esa parte de nuestra personalidad que reprimimos para que los demás no se enteren que existe.
La sombra que se manifiesta en el mundo material es la proyección de la imagen de un objeto cuya forma ha sido distorsionada y no corresponde exactamente con la realidad aunque guarde similitud con esta. Pero, ¿existe realmente la sombra, aun cuando la podemos ver y hasta jugar con ella? La sombra, como si se tratara de una paradoja, debe su existencia a la presencia de luz.
Ahora hablemos de la otra sombra, la que habita en las profundidades de la psiquis. Dice Carl Jung en su ensayo Sobre la Psicología del Inconsciente (1917) que «Entiendo por sombra el aspecto negativo de la personalidad, la suma de todas aquellas actitudes desagradables que desearíamos ocultar, las funciones insuficientemente desarrolladas y el contenido del inconsciente personal».
Jung se refería a la sombra como el otro en nosotros. De ahí que un grupo significativo de estudiosos del campo de la psicología que le precedieron coincidieran en que la exploración de ese lado oculto de la personalidad, de ese otro Yo, es comparable al viaje que se emprende a las profundidades de la Tierra sin saber a qué nos enfrentaremos y a cuáles los peligros.
Para entender mejor el concepto comparemos a la sombra hagamos la siguiente analogía: Cuando un país se dispone a recibir invitados especiales se procura mejorar su apariencia. Se movilizan todos los recursos disponibles para embellecer aquellas áreas que de costumbre no están bien atendidas y se trata por todos los medios de ser buenos anfitriones. Con ello se busca que los visitantes se lleven un buen recuerdo.
Algo parecido sucede cuando iniciamos una relación y queremos que esa primera impresión hable bien de nosotros, procuramos enviar al cajón de la sombra nuestras conductas negativas. Hacemos desaparecer (aunque sea momentáneamente) la rabia, los celos, los resentimientos, la codicia, la lujuria, la envidia, la mentira y todo aquello que nos hace lucir mal. Lo mismo pasa cuando nos enamoramos y atribuimos a la persona amada determinadas características que solo existen en nuestra imaginación. Nos esforzamos por ver en esa otra persona lo que deseamos obtener. Idealizamos la relación hasta el punto de perder la perspectiva y caemos en un estado de fascinación que podría alejarnos de la realidad.
La sombra, como otros aspectos a la personalidad es inmaterial, no se puede ver ni tocar, sin embargo su efecto sobre la conducta es real. Tampoco se pueden ver el ego ni las actitudes negativas que nos alejan de la sensatez y producen tensiones. Entonces, ¿qué se puede hacer para evitar que la sombra se imponga y arruine nuestras vidas? Sugiere el profesor y analista junguiano James Hillman que «la curación de la sombra constituye un problema moral que nos obliga a reconocer lo que hemos reprimido, darnos cuenta del modo en que lo hacemos, cuáles son nuestras racionalizaciones, de qué manera nos engañamos a nosotros mismos, qué tipo de objetivos perseguimos y a quiénes seríamos capaces de dañar, e incluso de destruir para conseguirlo». Quiere decir que la sombra debe ser tratada como las demás condiciones que afectan la salud mental.
Una anécdota de la infancia. Roco, el perro de mi vecino me hacía correr despavorido todas las mañanas cuando iba de camino a la escuela. Me perseguía hasta que yo lograba trepar a un árbol o saltar una cerca. Pero un buen día me cansé de aquella humillación y decidí que tenía que actuar o de lo contrario mi vida seguiría siendo infeliz. Comprendí que tenía que ganarme su respeto y recurrí a la única estrategia que tenía a mi alcance: sobornarlo. Así es que comencé a darle las sobras de comida que mi mamá tiraba a la basura y de esta manera surgió entre nosotros una amistad matizada por la conveniencia pero beneficiosa para ambos.
La batalla con la sombra puede ser feroz, pues ella no se conforma con nuestra sumisión. Para enfrentarla hay que ser buen negociador y tratar de minimizar el efecto adverso que tendrá el encuentro con esa parte oculta de nuestra personalidad. Por lo tanto, si queremos obtener un buen resultado en esta misión debemos ser condescendientes y amables con nosotros mismos sin perder de vista que somos vulnerables.
Es difícil aceptar que además de las cualidades que nos hacen merecedores del aprecio de los demás también hay en nosotros ciertos rasgos negativos que afloran a la superficie cuando experimentamos emociones fuertes. Por lo tanto, debemos tener siempre presente que en la sombra se ocultan aquellas cualidades personales que no registramos como propias. Por eso, hay que actuar con sensatez y tratar por todos los medios de reconciliarnos con ese elusivo fantasma del que nos sigue a todas partes. Así es que lo mejor que podemos hacer es concertar una tregua e intentar cambiar las reglas del juego a nuestro favor.
«La angustiosa realidad es que la vida cotidiana del ser humano se halla atrapada en un complejo inexorable de opuestos —día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desdicha, bien y mal—. Ni siquiera estamos seguros que uno de ellos puede subsistir sin el otro, de que el bien pueda superar al mal o la alegría derrotar el sufrimiento. La vida es un continuo campo de batalla. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Si no fuera así nuestra existencia llegaría a su fin», dijo Carl Jung.