Me niego a vivir
sin libros. El libro no debe incluirse en la lista de las cosas
desechables. No, no sería justo. Porque detrás de cada libro y detrás de cada
palabra impresa quedan historias sin contar.
Un libro cualquiera
está escrito por mucha gente, en ocasiones por toda la humanidad. Porque
escribir es revivir lo que otros vieron y sintieron antes que
nosotros.
Es inevitable,
cuando escribimos lo hacemos con palabras y sentimientos prestados. Lo nuevo y
lo original no existe, salvo en la pureza de la palabra que no ha sido
pronunciada o en la palabra que no se ha escrito.
¿Quién, en su sano
juicio, puede reclamar como propias las palabras que otros revelaron primero?
¿Quién, honrando la
verdad, puede llamarse creador con palabras prestadas?
Sólo los necios y
los pobres de espíritu reclaman como propio aquello que le fue prestado.
A esos que dicen
“mi obra”, “mi libro”, les digo que tengan presente que
de aquello que han tomado posesión es tan solo la leña que avivó
otros fuegos en otros tiempos.
Mi libro no es mi
libro, mi obra no es mi obra, y mis palabras tampoco son mías.
Si lo
escrito o lo dicho fuera concluyente la vida perdería su gracia.