miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿Quién decide?




En la vida humana no hay nada que sea inexorable,

salvo la muerte, que es el fin de la vida terrenal:

cualquier decisión anterior es revocable.


Ortega y Gasset

 

Conseguir que los hombres se agrupen alrededor de una

causa, una doctrina o una idea es siempre más fácil que

persuadirlos de que sean dueños de su propia vida.


Henry Miller

 

 

 

En occidente se practica el libre albedrío con más independencia de criterio que en aquellos lugares en donde la interpretación de libertad está en manos del poder eclesiástico. Junto al surgimiento del Estado laico —iniciativa que tuvo lugar primero en la antigua Grecia y luego en la Europa de los tiempos de la Ilustración durante el siglo XVIII— se inicia un importante proceso de emancipación que le permitió al individuo social ampliar su visión del mundo y de sí mismo.

 

La vida se compone, entre otras cosas, de pequeñas y de grandes decisiones. Mientras tanto la cotidianidad transcurre entre lo que queremos o no queremos, entre el sí y el no, entre el ahora y el después. Por eso, tomar una decisión conlleva sus riesgos. En cambio no decidir o no actuar oportunamente, sea por miedo o por apatía, nos deja vulnerables a la voluntad ajena.

 

Creemos que la libertad de elegir es un derecho en sí mismo. Se nos olvida que no hay libertad absoluta, porque de la que disponemos está condicionada por las circunstancias. Tenemos la libertad de actuar dentro del campo de acción que las leyes reguladoras de la vida ciudadana nos permiten actuar. Hasta la naturaleza nos recuerda constantemente que estamos sujetos a sus reglas, y que eso que llamamos voluntad propia no es más que un accesorio.

 

Tomar decisiones depende más de la necesidad de solventar la realidad que del deseo de actuar sobre ella. Necesitamos hacer y lograr cosas todos los días y para ello hay que pasar por un proceso de selección. Desde que nos levantamos de la cama en la mañana hasta que volvemos a ella al final del día la vida transcurre sobre un mar de posibilidades que no siempre coinciden con nuestras expectativas.

 

Cuando examinamos el inventario de aquello que nos toca elegir a diario podemos ver cuán lejos estamos de controlar aquellos acontecimientos que inciden directamente en nuestras vidas. Lo cierto es que estamos limitados por una realidad que camina libremente al margen de nuestros deseos. A fin de cuentas la vida fluye y nos lleva en su corriente sin que podamos hacer mucho para evitarlo, aunque nos tranquilice pensar lo contrario.

 

El ajedrez es un juego de estrategias que depende principalmente de la capacidad de los jugadores para anticipar y pronosticar el futuro. Antes de ejecutar el próximo movimiento hay que considerar las posibilidades que tiene el adversario de obtener ventajas si tomamos la decisión equivocada. Pero en el juego de la vida no solemos ser tan precavidos ni precisos. Generalmente confiamos en la buena suerte y olvidamos las variables. No es lo mismo equivocarse con el tamaño de calzado que haber elegido el vuelo que nunca llegará a su destino con nosotros a bordo. Después que el avión se eleve todo habrá terminado. Ya no será necesario regresar a la tienda a cambiar los zapatos y tampoco podremos quejarnos con la aerolínea por habernos colocado en el avión accidentado.

 

Cuando tomamos una decisión sin la intervención de segundos nos queda la satisfacción de haber ejercido la propia voluntad. De ahí que al libre albedrío se le dé tanta importancia y hasta se le considere una de las capacidades humanas más valiosas. Ya en los tiempos de Platón (Atenas 427 a.C.) se decía que el alma poseía genuina libertad de elección. Mientras tanto Aristóteles (384 a.C.) discrepaba de su mentor y sentenció que «el hombre es responsable de sus acciones como padre de ellas». A más de dos mil años después de Platón, la ciencia ha profundizado en el asunto y ha descubierto que nuestras decisiones pueden estar moduladas por conceptos o creencias de carácter ético-moral y por factores biológicos y fisiológicos. Ahora se pueden medir los impulsos electroquímicos del cerebro y se puede ver como se activan las regiones neuronales que intervienen en la toma de decisiones.

 

En sus investigaciones el doctor John Dylan Haynes, director del Berlin Center for Advanced Neuroimagin, ha podido ver y medir qué hace el cerebro antes de que una decisión se haga consciente en nuestra mente. Dice Dylan, que entre siete y diez segundos antes de saber lo que queremos ya el cerebro ha procesado la información que nos ayudará a tomar una decisión. El cerebro establece primero lo que quiere y le conviene, entonces, entre siete y diez segundos después nosotros accedemos a dicha información y la traducimos en una acción consciente que llamamos libre albedrío. La neurociencia sugiere que el cerebro anticipa y evalúa en fracciones de segundos la respuesta a una situación particular. Esto no quiere decir que las decisiones tomadas por el cerebro sean irreversibles.

 

No actuar y no implicarse es también una manera de decidir. Aunque el 80% de nuestras decisiones no son conscientes, seguimos siendo responsables de nuestro comportamiento. Sea el cerebro, los instintos o las necesidades fisiológicas las que nos empujen a tomar decisiones nunca debe faltar la prudencia. Por eso, como dice el refrán, “es mejor prevenir que lamentar”. Hay que evitar por todos los medios que nuestras decisiones (y acciones) afecten negativamente la propia vida y la de los demás.