Arthur Schopenhouer
Los seres humanos somos concebidos a partir de dos células que deciden juntarse y dividirse millones de veces en un complejo proceso biológico donde se toman grandes decisiones. Así llegamos a ser uno de los organismos más complejos que existen en la Tierra. Todo ocurre en secreto y nadie se entera hasta que aparecen los primeros síntomas. Es una empresa arriesgada en la que participan alrededor de diez mil millones de células que se organizan y trabajan en coordinación para determinar el color de piel, de ojos y de cabellos de ese nuevo espécimen que comienza a crearse. En este proceso también se determina la estatura, el sexo, el número de dedos en pies y manos y otros rasgos del carácter de la futura criatura humana.
Todo lo que existe, desde la invisible partícula subatómica hasta la más grande de las galaxias, está sujeto a los efectos de la incertidumbre. Esto que somos no es el producto de una ecuación exacta, ni el resultado de una transfiguración del barro convertido en hombre (o en mujer). La vida, la biológica, ocurre en un estado de oscilación permanente del que no somos conscientes. Esa es nuestra principal particularidad ya que somos hijos del azar. Pero esto no debe ser motivo de preocupación pues el mismo azar, antes de ser una amenaza, representa una ventaja al momento de preservar y darle continuidad a la especie.
Construimos con retazos de historias, propias y ajenas, una vida que corre tras un fugaz futuro que caduca apenas comienza. Generalmente cuando la vida personal toma un rumbo inesperado y nos sorprende la desdicha nuestra reacción primera es sacar de proporción el evento que, visto a posteriori, pierde fuerza y relevancia. «El futuro no está ordenado, es un caos que se construye. Un pequeño cambio puede dar lugar a grandes cambios», dijo alguna vez Charles Handy, mejor conocido como el filósofo del management.
Seguir existiendo después de la muerte es una aspiración genuina. Por eso la palabra eternidad goza de tanta simpatía entre los que no quieren pensar en la disgregación como una posibilidad real. Entonces, por qué temer, por qué resistirnos a la belleza de la incertidumbre cuando lanza sus dados y se complace a sí misma con sus juegos malabares.