Hasta que no pongamos nuestros principios en práctica,
nuestros principios no pasaran de ser lo que son, meros principios.
Dalai Lama
La virtud es un hábito.
Aristóteles
Hace algunos años obsequié al alcalde de mi pueblo un ejemplar del libro El arte de vivir en el nuevo milenio: una guía ética para el futuro, escrito por el Dalai Lama y cuya versión en español estuvo disponible en el año 2000. Pasaron varios meses sin tener noticias del alcalde hasta que coincidimos en la casa de un amigo y aproveché para preguntarle que le había parecido el libro. Su respuesta, que no me sorprendió, fue una ristra de justificaciones con las que pretendía excusarse por no haber mirado ni siquiera el prólogo.
Bueno, pero lo que quiero traer a consideración no es si el señor alcalde tuvo la oportunidad de leer el libro, sobre eso comentaré más adelante. El asunto importante aquí es el contenido del texto y cuán beneficiosa puede ser su lectura para el lector que aborda por vez primera el tema de la ética y la moral desde una perspectiva práctica. La obra en cuestión no pretende ser un tratado teórico y tampoco es un manual para principiantes. Es, en todo caso, el resultado de muchos años de observación juiciosa sobre el comportamiento humano y las distintas maneras que hemos elegido para relacionarnos y convivir.
De entrada se puede pensar que la ética es un asunto complicado que solo concierne a los filósofos. Pero no es así. De una u otra manera todos sabemos de qué se trata, ya sea por lo aprendido en la escuela o porque sencillamente actuamos con sentido común y prudencia. Una de las definiciones que mejor se adapta al momento que vivimos es la que nos ofrece María del Carmen Rodríguez Aguilar en su ensayo Sobre ética. Dice: «la ética es la reflexión filosófica sobre la moral que a su vez consistiría en los códigos de normas impuestos a una sociedad para regular los comportamientos de los individuos». A esta propuesta —aplicable por igual a todas sociedades— se le incorpora la reflexión filosófica como un elemento complementario para el ejercicio de la ética.
Vista en su forma más simple se puede decir que filosofía es lo que hacemos cuando miramos e indagamos más allá de aquello que nos parece obvio. Cuando se trata de moral nos referimos a aquellos bienes no materiales que la humanidad considera y designa como valiosos, por ejemplo, la bondad, la amistad y la paz. Cuando se define moral hay que considerar que su interpretación está sujeta a la escala de valores establecidos por la sociedad. Además, otro aspecto fundamental que se debe destacar es que la escala de valores puede variar de una época a otra y de un grupo social a otro.
Aquellos valores considerados fundamentales trascienden las fronteras culturales y permanecen a través del tiempo. Los valores, para ser considerados como tal, tienen que ser útiles a todos los ciudadanos por igual y deben ayudarnos a construir una sociedad más equilibrada y justa. Afortunadamente la disposición al diálogo y a la búsqueda de soluciones pacíficas sigue ganado terreno a pesar de aquellos sectores ultra conservadores y retrógrados que se resisten a reconocer que por encima a cualquier otro interés está el respeto a la dignidad humana.
Por el momento me mantendré dentro del recinto de los valores morales sin dejar de mencionar la existencia de otros tipos de valores que se manifiestan de manera espontánea y natural sin que nos demos cuenta de ello. A modo de ejemplo mencionaré la sinceridad, la paciencia, la lealtad, la cooperación, el apoyo, la disciplina, la empatía y la determinación.
Ahora continuemos con los tres principios que fundamentan el comportamiento moral. El respeto, la honestidad y la responsabilidad son los pilares que soportan la mayoría de los reglamentos y leyes que constituyen el marco jurídico y legal que media entre individuos y entre gobiernos. A través del respeto se busca reconocer y aceptar a todas las personas y demás seres vivos por su valor individual. El respeto al derecho ajeno garantiza la coexistencia pacífica y permite el desarrollo de sociedades pluralistas.
Por su lado la honestidad (ser honestos) implica mantener un compromiso permanente con la verdad. Evita la apropiación de bienes que pertenecen a otras personas y ayuda a que nuestros pensamientos y acciones guarden congruencia. Y, el tercer punto es la responsabilidad, cuyo principal objetivo es que seamos íntegros y valientes al momento de asumir las consecuencias de nuestras acciones. En otras palabras, si el respeto, la honestidad y la responsabilidad se adoptaran como normas permanentes al momento de relacionarnos o de dirimir diferencias los niveles de agresividad y de violencia se reducirían considerablemente.
Cuando se obvian los valores fundamentales que facilitan la convivencia armoniosa se abren las puertas a la intolerancia que a su vez puede desencadenar reacciones violentas. El ser humano posee la capacidad de crear vínculos afectivos más allá de los lazos familiares, quiere decir que la moral no debe verse dentro de un contexto estrictamente compulsorio como sucede con las leyes. La práctica de la moral debe sustentarse sobre el principio de empatía hacia los demás y no por el compromiso de cumplir con determinados códigos de conducta.
Debemos actuar bien porque es lo mejor para todos y no porque estamos obligados por la ley. Por lo tanto, debe ser el individuo —como único responsable de sus actos— el que regule su comportamiento y prefiera el bien sobre el mal. Y, al decir “el mal”, no me refiero únicamente al daño que produce la ira o la frustración, también incluyo aquellos actos inconscientes que pueden perjudicar a otros. Por lo tanto, si los valores no se adhieren a la conducta habitual se puede cometer el error de justificar comportamientos indeseables propios y ajenos. Si se actúa inducidos por el error y se pierde la ecuanimidad las relaciones personales se tornan conflictivas. No existe una doble moral que se pueda considerar válida. Tampoco es posible llevar una doble vida libre de contradicciones.
El tiempo y el desenlace de los acontecimientos revelaron que el alcalde nunca leyó el libro, al menos antes de que su labor como jefe del cabildo fuera interrumpida por una sentencia del tribunal que lo declaró culpable por varios delitos de corrupción administrativa. Este es uno de esos casos típicos en donde la autoridad y los poderes conferidos para beneficiar a la comunidad se utilizan para el lucro personal. Después de una larga carrera política de casi tres décadas el honorable alcalde sucumbió al desenfreno y olvidó que el cargo que ocupaba era un privilegio que nosotros los ciudadanos le habíamos concedido temporalmente.