domingo, 13 de abril de 2014

Del lenguaje I




La especie humana se ha construido
a sí misma a través del lenguaje.

José Antonio Marina
 
Las palabras dichas o escritas por los hombres
conforman la malla o ámbito cultural histórico donde
las personas nacen, crecen y se realizan como tales.

Luis Gómez Macker
 
Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

Ludwig Wittgenstein

(Tractatus Logico Philosophicus)

 

 

 

Una de las habilidades que mejor hemos desarrollado los humanos, y tal vez la más importante después de aprender a caminar erguidos, es la capacidad de comunicarnos y expresar ideas por medio de un lenguaje. Anterior a cualquier forma de expresión verbal o simbólica el Mundo era un espectáculo que se explicaba a sí mismo, y fue así hasta que nuestros ancestros tuvieron la necesidad de interpretarlo y de compartir la experiencia.

 

Las cosas que integraban su realidad no parecían estar separadas unas de otras. Simplemente estaban allí y pertenecían a una misma categoría que no necesitaba adjetivos ni sustantivos. Limitados por la falta de lenguaje no habían desarrollado todavía la capacidad de abstracción y conceptualización. Así es que describir un atardecer o la belleza del arcoíris no era posible (y tampoco necesario) para aquellos seres huérfanos de palabras.

 

No hay que confundir lengua con lenguaje. La lengua es un producto social y un conjunto de convenciones adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. El lenguaje es multiforme y heteróclito (fuera de orden), a la vez físico, fisiológico y psíquico y pertenece al dominio individual y colectivo. El lenguaje es un organismo vivo que tiene una función reveladora y determinativa. Nombrar sirve para caracterizar objetos o sujetos que a su vez se convierten en entidades distintas y separadas de las demás. Antes de que el árbol fuera nombrado árbol pudo haber sido piedra, agua o pez, ya que su naturaleza todavía no había sido delimitada por un observador.

 

Todo lo que decimos y hacemos contiene un trasfondo psicológico que se manifiesta cuando necesitamos construir significados. La información que nos ayuda a comprender el mundo y sus cosas emerge desde el archivo de los recuerdos y las experiencias. Sin lenguaje no se pueden explicar las emociones ni los afectos, tampoco se puede leer la mente de los demás y colocarnos en sus zapatos. Es a partir de la construcción y desarrollo de un medio de comunicación que el ser humano logra cruzar la frontera que separa el mundo interno del externo.

 

La comunicación está condicionada por el estado de ánimo de las partes envueltas. La palabras tienen un efecto directo en la psiquis, por lo tanto, lo que se dice o se escucha incide sobre la manera de razonar y de actuar del individuo. Cuando hablamos transmitimos, además de conceptos, sentimientos y emociones que influyen positiva o negativamente a la persona que nos escucha. Todo lo que decimos o escuchamos pasa por el cedazo del los prejuicios y de las ideas preconcebidas que suman una carga emocional al contenido del mensaje. A todo esto hay que añadir que el cerebro es selectivo con lo que quiere ver y escuchar y es capaz de construir su propia versión de la realidad.

 

La comunicación es un subproducto del lenguaje y comprende una serie de elementos que facilitan el reconocimiento de la realidad objetiva y subjetiva. Dichos factores han sido denominados por los lingüistas como el circuito del habla. Este circuito está constituido por el emisor, que es el que inicia la comunicación; el mensaje, que es la información codificada para ser transmitida por medio del habla, gestos, escritura, pintura u otros tipos de señales; el canal, que incluye los medios naturales como la vista, el tacto, el gusto y el olfato. También están los medios artificiales que son aquellos creados por el hombre para transportar mensajes a través del tiempo y el espacio. Por último está el receptor, que es el destinatario e intérprete que descodifica el mensaje.

 

Para comunicarnos efectivamente las ideas tienen que expresarse con claridad y precisión. También es necesario, imprescindible diría yo, saber escuchar. Saber escuchar es una actitud positiva que se manifiesta cuando atendemos con interés genuino al que nos habla. Para saber escuchar hay que cumplir con tres requisitos fundamentales: tener respeto por el que habla, sentir empatía y prestar atención. Escuchar por escuchar no tiene sentido. Cuando fingimos estar interesados en lo que dice nuestro interlocutor, además de perder el tiempo, creamos falsas expectativas. A propósito de escuchar dijo alguna vez Winston Churchill que «se necesita coraje para pararse y hablar pero mucho más para sentarse y escuchar».