jueves, 17 de julio de 2014

Pancho y Pepe




Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes

de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.

Martin Luther King

 

 

 

Si pudiéramos retroceder en el tiempo y preguntar a Plutarco qué le parecen éstos dos personajes, doy por seguro que respondería que se trata de vidas paralelas.

 

Fanáticos del fútbol y bebedores de mate, el binomio sudamericano ha sorprendido al mundo, principalmente a los que no saben que su debut en el escenario internacional se viene ensayando hace varias décadas. Habrá quien lo interprete como una coincidencia pero yo prefiero pensar que se trata del desenlace natural en el curso de la historia. Sea una cosa o la otra, de lo que no queda duda es que ambos han sabido ser pacientes y discretos como el fondista que prefiere mantener el paso hasta que las condiciones propicien la avanzada hacia la meta.

 

La mayoría de los sorprendidos son aquellos que ni siquiera imaginaron que las cosas podrían ser distintas a lo que nos tienen acostumbrados los gobiernos y la Iglesia. Dos poderes que históricamente han confabulado para defender sus propios intereses a pesar de controlar dominios distintos y de servir a dioses muy parecidos.

 

Un papa que prefiere llamar las cosas por su nombre y que repudia la falsa moral que socava los cimientos de la institución que representa es un acontecimiento insólito. Un gobernante que tiene claro que su misión es servir al pueblo que lo eligió y que de ninguna manera debe utilizar su posición para el lucro personal o beneficiar a terceros es otro caso insólito. Francisco y José ascienden al poder cuando una gran parte de la humanidad ya no confía en las instituciones que tradicionalmente han regulado la vida social y religiosa de los pueblos. La desconfianza —que se traduce además en apatía— es la respuesta a la frivolidad y al engreimiento que padece la jerarquía eclesiástica. Una actitud que los aleja cada día más de la gente y del llamado de Francisco a ser prudentes. Del otro lado, y como si fuera el revés de la moneda, está el descaro de los políticos que traicionan las aspiraciones de sus representados cuando legislan a favor de la especulación económica que condena a millones de seres humanos a vivir en el desamparo y la pobreza.

 

Más allá del espanto y de la indignación, lo ocurrido en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 ha servido de pretexto para manipular la opinión pública y justificar las nuevas cruzadas que pretenden legitimar el discrimen y la violencia entre ricos y pobres, entre negros y blancos, entre musulmanes y el resto del mundo. “Divide y vencerás” ha sido una estrategia efectiva siempre que se ha querido aumentar la cuota de poder político y religioso. Ahora, y con un nuevo orden mundial impuesto por los dueños del gran capital e impulsado desde los centros de poder, ser árabe y musulmán es sinónimo de maldad y de terrorismo.

 

Parece que ya no es suficiente con los desmadres provocados por la corruptela política que se alterna en el poder y que no ve con buenos ojos que la gente aspire a vivir en paz al margen de los controles institucionales. Ahora el nuevo orden mundial también procura el debilitamiento cultural de los pueblos y su consecuente quiebra moral. De este juego participan todos los que de una u otra manera reciben una tajada del pastel, sean éstos los defensores del establishment y la democracia capitalista que visten de saco y corbata o los que se llaman a sí mismos instrumentos de dios y que invitan a la humanidad a elegir el camino de la humildad mientras ellos y ellas viven en la opulencia y participan del encubrimiento.

 

Es innegable que el papa y el presidente de Uruguay sorprendieron a muchos, aunque no tanto a los que sabemos que la ecuanimidad y la sencillez son características fundamentales de una conducta moral. Que alguien que defiende los valores que dignifican al ser humano renuncie al lujo y al confort no debería ser motivo de asombro o de extrañeza. Que un seguidor de las ideas de Jesús aspire a una Iglesia pobre para los pobres tampoco debe ser motivo de asombro, excepto para los que en nombre de ese mismo Jesús llevan una vida de privilegios. Pancho renunció al departamento (de lujo) y a los zapatos (de lujo) reservados para el papa. Pepe renunció a la mansión del presidente y al 90% de su salario. Me parece que el mensaje que ambos quieren transmitir es claro: algo bueno y noble se perdió en el camino y se debe recuperar.

 

Sí, hay que adecentar las instituciones que regulan la vida social de los pueblos, principalmente aquellas que dicen ser fuente de inspiración y de apoyo moral para sus seguidores. Urge limpiar la casa. Pero esa limpieza debe ser profunda, real y sincera. No basta con una simple despolvoreada o con esconder la basura debajo de la alfombra como ha sido la costumbre. Hay que ser valientes y atreverse a remover el lastre acumulado hace siglos antes de retomar con seriedad la encomienda.

 

Jorge Mario Bergoglio Sívori y José Alberto Mujica Cordano quieren llevarnos de regreso al camino de la cordura. El argentino se enfrenta a uno de los poderes más cuestionables y oscuros sobre la faz de la Tierra, la jerarquía eclesiástica (y no solo la católica). Por su parte el uruguayo también se enfrenta al mismísimo demonio, un capitalismo cruel e inhumano que cada día estrangula, corrompe y empobrece más a gran parte de la humanidad.


Todavía estamos a tiempo de retomar la ruta del bien común. Que no suceda con Pancho y Pepe lo ocurrido con aquellos que entregaron todo, incluso sus vidas, para que comprendiéramos que a pesar de los errores cometidos no hemos perdido la capacidad de ser sensibles y solidarios.