La vida, dijo Pitágoras, se parece a una asamblea de gente en los Juegos; así como unos acuden a ellos para competir, otros para comerciar y los mejores (vienen) en calidad de espectadores, de la misma manera, en la vida, los esclavos andan a la caza de reputación y ganancia, los filósofos, en cambio, de la verdad.
Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres, VIII
Giré la cápsula de cristal y los minúsculos fragmentos de arena iniciaron el viaje hacia el otro mundo. Quise descubrir el secreto y saber cuánto vive el reloj de arena. Pero, ¿cómo se puede medir el tiempo de un reloj de arena? ¿Puede el fuego abrasarse a sí mismo? Asistido por el reloj que cuelga de la pared pude constatar que habían pasado treinta y cuatro minutos y tres segundos hasta que la última partícula saltó al vacío y se completó otro ciclo en la efímera vida de mi reloj de arena.
La vida orgánica, en su más elemental manifestación, no guarda relación con el proyecto humano. En todo caso la vida puede considerarse como «un imperativo, un paso más en un proceso inevitable de emergencia cósmica». Si la vida tiene un propósito no me parece que sea precisamente crear anfibios, reptiles, insectos, aves, árboles y humanos, ya que nuestro debut en este escenario aconteció millones de años después de la aparición de los primeros organismos unicelulares. «La película comienza hace unos 4550 millones de años atrás con el nacimiento del sistema solar y la formación de la Tierra. Hasta hace 3900 millones de años la Tierra fue tan intensamente bombardeada con asteroides provenientes del espacio que la existencia de cualquier otro tipo de vida era imposible», señala el profesor de ciencias naturales de Oxford University, Richard Southwood en su libro La historia de la vida.
Frente a este panorama queda claro que nunca fuimos considerados para el papel protagónico, ni siquiera como actores secundarios. Nuestra participación en la película es accidental y estuvo condicionada a que pudiéramos sobrevivir en un medio extremadamente hostil. Por qué y para qué la vida está aún por descubrirse. «¿Qué es la vida? Es una de las preguntas más difíciles de responder. Hasta el momento no existe una definición simple y consensuada que explique qué es la vida», comentó el astro biólogo Robert Hazen al ser cuestionado por el divulgador científico Eduardo Punset en su programa Redes que se transmite por RTVE.
Sabemos que la conciencia y el libre albedrío son dos características intrínsecamente humanas, aunque en términos biológicos somos muy parecidos al resto de las criaturas. Seguimos siendo mamíferos vertebrados, vulnerables y frágiles. Tan vulnerables que una bacteria puede acabar con nosotros en pocos días, y tan frágiles que durante los primeros siete u ocho años de vida necesitamos que otros nos cuiden y nos alimenten.
Según el Banco Mundial, al 2012 la esperanza de vida fluctúo entre los 45 (Sierra Leona) y los 83 años (Francia, Suiza, Italia, Islandia y Japón). Si comparamos el número de años que podemos vivir los humanos con los que llegan a vivir otras especies animales y vegetales veremos que nuestro paso por el mundo equivale a un chasquido de dedos. El tuatara es un reptil que habita principalmente en Nueva Zelanda y los conocedores del tema aseguran que puede vivir hasta los 200 años. La tortuga más vieja hasta ahora registrada murió en un zoológico de la India en 2006 cuando tenía 255 años. El tejo de rascafría es posiblemente el árbol más viejo de España. Se le calcula una edad de entre 1.000 y 1.500 años. Y no se puede dejar de mencionar a la turritopsis nutrícula, una medusa que no muere tras alcanzar su estado adulto ya que es capaz de rejuvenecer y de regresar a su forma juvenil para repetir su ciclo vital hasta un número de veces que según dicen los científicos es potencialmente infinito. ¡Qué envidia!
Contamos con un maravilloso órgano que sirve entre otras cosas para pensar, analizar e inventar. Gracias al cerebro hemos podido desarrollar tecnologías que ayudan a prolongar la vida y dilatar la muerte. Además, ese mismo órgano excepcional también se encarga de gestionar la búsqueda del placer. Esta condición, aunque nos convierte en una especie única y especial, también nos impulsa hacia la autodestrucción, pues somos los únicos seres vivos capaces de matar a sus congéneres movidos por la ira, los celos o la envidia.
Pasemos ahora a la otra vida, la que nos toca vivir como seres sociales a partir de la construcción de una civilización. Lo que somos y la manera en que vemos el mundo es el resultado de una suma progresiva de experiencias y de conocimientos acumulados que se han transmitido de una generación a otra. Aprendemos y copiamos del entorno social aquellos patrones de conducta y creencias que luego, con el paso del tiempo, aceptamos como propias. Por lo tanto, es imposible construir una biografía personal sin contar con la estructura psicosocial en la que hemos crecido ya que esa misma estructura es el espejo en el que siempre nos tendremos que mirar.
Vivimos aferrados a la idea de ser únicos y distintos a los demás aun cuando la corriente nos lleva a todos por el mismo cauce y nos hace desembocar en un mismo mar. No importa cuán diferentes podamos ser o cuán distantes nos encontremos los unos de los otros, la geografía humana se compone de islas interconectadas por lazos afectivos muy poderosos.
Hoy, mientras ojeaba la prensa me topé con la noticia de que Brittany Maynard, una joven estadounidense de 29 años que sufría un cáncer terminal, decidió practicar la eutanasia. El caso, que no es el primero que acontece en los Estados Unidos, adquirió notoriedad quizá por ser el más publicitado y comentado hasta el momento. Brittany decidió que fuera así y quiso que todos nos enteráramos. Lo que más me llamó la atención de la noticia fue que su último deseo fuera visitar el Gran Cañón. Además, me pareció interesante que la reseña periodística resaltara el resultado de un estudio realizado por Gallup en 2013 que dice que el 70% de la gente aprueba que se ayude a morir a quienes sufren una enfermedad terminal por algún medio no doloroso. Mientras que el 51% no está de acuerdo si el método escogido es el suicidio, y un 30% no cree en la eutanasia.
No nos debe sorprender que el último deseo de Brittany fuera conocer el Cañón de Colorado o la Estatua de la Libertad ya que a ella le tocó nacer y vivir en un país en donde las necesidades básicas de sus ciudadanos son atendidas diligentemente. Tal vez, si a ella le hubiera tocado vivir en Somalia o en Haití su último pedido hubiera sido más modesto, por ejemplo, un bocado de comida, un sorbo de agua limpia o un simple analgésico para calmar su dolor. También hay que preguntarse cuál sería el resultado del estudio de Gallup si los entrevistados vivieran en Iraq o en Afganistán cuyo territorio vive asediado por la violencia y por las bombas que les caen desde el cielo. Por suerte para Brittany sus días de sufrimiento se acortaron y murió creyendo que el mundo (su mundo) es un lugar hermoso.
La Vida con mayúscula es en definitiva un eterno devenir. Nunca quedaran satisfechas todas las necesidades y tampoco se cumplirán todas las expectativas. Siempre quedará algo el tintero. Bueno, pero ya que estamos aquí pro témpore y el conteo regresivo no se detiene intentemos sobrellevar la experiencia de la mejor manera posible hasta que nuestro reloj de arena concluya su ciclo.