domingo, 26 de agosto de 2018

Soy mi cerebro




El cerebro es la estructura más compleja del universo

y también la más importante para nosotros. Ahí reside

nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.


José R. Alonso, neurobiólogo

 

 

 

Cuánto sabemos del cerebro

El cerebro es proporcionalmente más pequeño que los otros órganos. Tiene un peso aproximado de un kilo y medio equivalente al 2% del peso de nuestro cuerpo. Sin embargo, es la mayor conquista del proceso evolutivo.


Además de regular las funciones vitales también se encarga de procesar la información que circula por una red de terminales nerviosos distribuidos por todo el cuerpo. Nada pasa desapercibido para el cerebro, nada escapa de su radar. Pero el cerebro es mucho más, así es que le invito a que lea El cerebro idiota de Dean Burnett y Cerebro y libertad de Joaquín M. Fuster. En ambos trabajos los autores explican detalladamente cómo funciona esa masa gris y arrugada que llevamos dentro de la cabeza.


Del cerebro se conoce muy poco, aunque las investigaciones más recientes han permitido que se comprenda mejor cómo se dividen y se comunican las distintas áreas que lo componen. Cabe destacar que los humanos hemos logrado aumentar nuestra capacidad cognitiva a niveles extraordinarios. Al menos unas veintitrés de esas habilidades ya han sido nombradas y estudiadas por las ciencias del cerebro. Entre estas habilidades se encuentra la memoria cuya complejidad nos sigue sorprendiendo. Y no es para menos, porque sin ella nuestro desempeño como seres racionales sería nulo.


A saber, contamos con distintas formas de memoria. De éstas las más conocidas son la contextual, la memoria a corto y largo plazo, la no verbal, la visual y la de trabajo. Por cierto, hay que señalar que cuando decimos “memoria” de lo que estamos hablando es de las funciones realizadas por un entramado neuronal formado por los distintos componentes del cerebro.


Estamos convencidos de que la memoria es sinónimo de recuerdos. En otras palabras, asociamos memoria con pasado. Pero resulta que la memoria y los recuerdos son el resultado de un proceso electroquímico en los que intervienen aspectos fisiológicos y psicológicos. La memoria no actúa de manera aislada ya que no es una entidad independiente que está depositada en un determinado lugar del cerebro o del cuerpo. Gracias a la memoria y al lenguaje podemos recrear y construir realidades. ¿Cómo podríamos actuar y movernos en el mundo si no tuviéramos la capacidad de recuperar la información necesaria para reconocer nuestro entorno? ¿Cómo identificaríamos situaciones, lugares y gente si careciéramos de un procesador de datos y símbolos que nos permite nombrar y distinguir una cosa de otra?


Del corazón lo sabemos casi todo. Contrario a lo creído en la antigüedad por los egipcios y otras culturas el corazón no piensa ni se enamora, aunque Cupido insiste en lo contrario. «Los hombres deben saber que las alegrías, gozos, risas y diversiones, las penas, abatimientos, aflicciones y lamentaciones proceden del cerebro y de ningún otro sitio» dijo Hipócrates de Cos, padre de la medicina (Grecia 460 a.C.).


Respuesta emocional

En su tratado Las pasiones del alma (1649) Descartes opina que «la alegría, el amor, el odio, la tristeza y el deseo son las pasiones primarias comunes a todos los seres humanos». También existen otras sensaciones como el hambre, la sed, el calor, el frio y el dolor que no se identifican directamente con lo que ocurre en la mente pero igual inciden sobre el estado de ánimo. Así queda ilustrado en la analogía que hace Dean Burnett: «el cerebro suele ser bastante capaz de separar la actividad interna de la externa cual gestor de correo electrónico que clasifica los mensajes recibidos y los enviados en carpetas perfectamente separadas».

 

El cerebro piensa y hace lo que le conviene

El cerebro es autónomo y no le gusta complicarse. Siempre opta por la vía más fácil y por aquello que le produce placer. En el ensayo La trampa del hedonismo, la doctora Mónica Katz concluye que «el cerebro presta atención selectiva a señales que predicen placer o recompensa y éstas pueden hallarse en cualquier momento o lugar. Por eso, podemos decir que las personas no queremos ni chocolate, ni pizza, ni helado, ni queso, sino simplemente todo aquello que nos hace sentir bien. Y eso puede ser muchas cosas y todas juntas, también […] El hedonismo mueve al mundo, pero va más allá de nuestro deseo de sexo, drogas, rock´n roll y chocolate. La neurociencia está replanteando completamente el rol del placer en el cerebro y parece llegar a la conclusión de que el placer interviene en cada decisión que tomamos y hasta podría ser la base de nuestra conciencia».


Hasta que se demuestre lo contrario el cerebro es el órgano responsable de procesar la información que recibimos del mundo exterior y de los procesos internos del cuerpo. Por lo tanto, la percepción y eventual aprehensión de la realidad objetiva y subjetiva depende de la capacidad del cerebro para llevar a cabo sus funciones. El asunto es simple, tenemos alrededor de 100 mil millones de neuronas trabajando día y noche para nosotros a cambio de nada.


El cerebro ve lo que quiere ver

¿Por qué creemos que ciertas cosas son reales aunque no tengamos pruebas evidenciables? Confiamos en lo que perciben nuestros sentidos, sobre todo si es una experiencia compartida por otras personas. Tal es el caso de la luz y el color que cuando nos toca explicar qué son no sabemos por dónde comenzar. También sucede con las emociones, los sentimientos y las experiencias sobrenaturales cuya explicación es posible a partir de conceptos dualistas tales como realismo e idealismo; materia y espíritu; bueno o malo; claridad y oscuridad; arriba o abajo; masculino o femenino, etc.


Eso que llamamos luz no es otra cosa que el espectro electromagnético producido por la radiación que emana de una fuente de energía natural como el sol y el fuego, o de una fuente artificial como la lámpara. Lo mismo pasa con esos colores que tenemos por preferidos y que nos provocan alegría. El amarillo de la rosa o el rojo de la manzana se deben al reflejo de luz sobre la superficie de ambos objetos. Quiere decir que los fenómenos, luz y color, no existen como entidades independientes. La luz que vemos es producida por una fuente de energía y el color es visible solo cuando hay reflejo de luz. Compruébelo, haga el experimento, ubíquese dentro de un espacio oscuro y trate de distinguir los colores de la ropa que lleva puesta o de los objetos que le rodean.


Comenta el crítico literario Harold Bloom «que, la realidad es un término muy equívoco. ¡La palabra realidad quiere decir tantas cosas para cada ser humano! Y, en el siglo XXI, la realidad es virtual» (Revista El cultural, España, 2012). Así es nuestra percepción acerca de una idea o sobre un objeto cuando desconocemos el origen de su naturaleza. «Creer, por tanto, que las cosas poseen una existencia independiente es una ilusión. […] No existe, en la creación, absolutamente nada que exista de manera independiente, permanente y pura, ni el libro que el lector sostiene en sus manos, ni los átomos ni los dioses» narra el Lama budista Dzongsar Jamyang en su libro ¿Cómo saber si no eres budista?


Así pasa con las emociones y los sentimientos, cuya existencia depende de que el portador de los síntomas contagie a los demás. El amor y la empatía no se consiguen en el supermercado ni en la farmacia, tampoco se pueden pedir a través de Amazon. Ni siquiera son parte del mundo natural, sencillamente no existen fuera de la cabeza de cada uno. Así es que para que se manifiesten y para que tengan algún efecto hay que materializarlos en acciones concretas.


Me parece gracioso que la cajera del supermercado de mi barrio me haga siempre la misma pregunta, —¿Encontró todo lo que buscaba? Y por supuesto mi respuesta siempre es la misma, —Menos la felicidad, encontré todo lo demás. Resulta que la felicidad es inmaterial y se experimenta a partir de un estímulo positivo que desemboca en una experiencia placentera. Sin ese estímulo inducido no se llega al estado de felicidad deseado. En cambio, si el estímulo es negativo se disparan los resortes que activan las emociones que nos hacen sentir incómodos o inseguros.


Una vez tuve la oportunidad de probar uno de esos vídeos juegos que simulan la realidad. Quise saber qué se siente cuando engañamos al cerebro utilizando un método artificial como la tecnología. Antes de iniciar el viaje a las alturas de Machu Picchu pregunté al operador del aparato sobre los efectos nocivos que producen los videos juegos en el cerebro. Reconozco que hubo algo de ingenuidad en mi pregunta y esto provocó que el joven se limitara a repetirme lo que dice el manual del usuario. De lo que sí pude enterarme es que los juegos más solicitados por el público son los clasificados de acción. Y, “acción” significa en el mundo cibernético pelear, guerrear, disparar, bombardear y matar. Me pregunto si estos juegos de acción tienen algo que ver con la proliferación de tiroteos y asesinatos en las escuelas de los Estados Unidos durante la última década.


Me paré frente a la pantalla gigante y me puse las gafas especiales que permiten ver hasta tres dimensiones. Inicié el viaje a la montaña sagrada subiendo por las veredas que bordean los despeñaderos. Mientras trepaba por los acantilados y miraba hacia la profundidad del abismo aumentaba el vértigo. El recorrido duró cerca de quince minutos y me sirvió para comprobar cuan fácil es confundir al cerebro. A partir de esta experiencia me pregunté qué sucede con el cerebro cuando tiene que lidiar con asuntos más complejos como la creencia en seres y mundos sobrenaturales.


Hablábamos antes de cómo el cerebro recurre al autoengaño para lograr sus objetivos. Sobre esto tengo que decir que mi encéfalo es tan bueno como el mejor de los ilusionistas. De hecho, si me descuido me convierto en presa de sus artilugios y manipulaciones. La psicóloga Cordelia Fine va más lejos y opina que este maravilloso órgano es «vanidoso y ególatra, trata de convencerse siempre de la opción más cómoda, de la que concuerda mejor con su propia realidad. Por eso la memoria y el inconsciente se encargan de ajustar lo que no encaja, de cambiar lo que no gusta, de eliminar lo que duele y de ensalzar lo que agrada». Se puede inferir, a partir de la opinión de la doctora Fine, que nuestra manera de ser no es tan original y auténtica como creemos.