martes, 5 de marzo de 2019

La vida buena




El sabio es feliz porque sabe qué hacer con sus pasiones,

conoce las causas de las mismas y llega a controlarlas.


Victoria Camps

 

Si la vida se contara por los momentos felices,

duraría unos breves minutos.


Oscar Wilde

 

 

 

¿Cuándo comienza y cuándo termina la vida buena? Pues comienza cada vez que complacemos nuestros deseos y aspiraciones, y termina ante la imposibilidad de realizar aquello que nos complace y creemos indispensable.

 

La vida comprende en sí misma un cúmulo de acontecimientos que escapan de nuestro control y que nos dejan vulnerables ante lo inevitable. Su curso no es lineal ni responde a un orden cronológicamente organizado. A lo sumo se puede decir que la vida mantiene un movimiento pendular que en su devenir nos recuerda que todo es pasajero. Así es que vivir bien depende de lo que cada cual crea y estime bueno para su persona. Salvo aquellas ocupaciones que nos acercan a un goce superior (eudemonía), el resto de actividades que llevamos a cabo no tienen otro objetivo que el de la sobrevivencia física y emocional.

 

Los seres humanos contamos con una estructura biológica compleja y un cerebro altamente desarrollado y a pesar de eso somos capaces de actuar en contra de nuestra propia integridad física con tal de complacer un deseo, a veces absurdo o imposible de alcanzar. Somos los únicos seres vivientes que conocen el placer. Ninguna otra especie arriesga su vida o su seguridad a cambio de un momento de gozo. Por eso nos sentimos atraídos por aquellas actividades que aumentan los niveles de endorfinas que a su vez provocan que nuestro organismo experimente estados breves o prolongados de bienestar. En esa búsqueda de placer emocional algunos son seducidos por la velocidad, otros prefieren escalar montañas o descender a las profundidades de los océanos.

 

El filósofo Javier Sádaba dice en su libro La vida buena que «la vida humana está llena de deficiencias. Nadie se libra de ellas ni siquiera la persona que podría considerarse más afortunada. Nuestros deseos pocas veces se cumplen, otros son imposibles porque o bien chocan entre si o no están a nuestro alcance». En un sentido u otro todos coqueteamos con la idea de superar las limitaciones impuestas por nuestra naturaleza, ya sea por medio de actividades físicas o a través de las facultades mentales superiores que se manifiestan cuando cultivamos las artes o desarrollamos las ciencias.

 

Creemos tener plena autonomía al momento de elegir nuestros gustos y placeres, pero la realidad parece ser distinta. La mayoría de las veces los gustos personales responden al condicionamiento impuesto desde fuera. Tomemos de ejemplo la moda que cambia cada tres meses y que posee un poder hipnótico sobre la voluntad de millones de personas que viven atrapadas en la ilusión de ser modernos y distinguirse de los demás.

 

Si observamos con detenimiento la realidad que nos toca vivir descubriremos que no es posible llevar una vida del todo placentera. Así es que correr afanosamente detrás del placer podría conducirnos a un laberinto sin salida. «Recordemos: las cosas sobre las que tenemos poder están naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimento; pero las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades, dependencias, o vienen determinadas por el capricho y las acciones de los demás», comenta Epicteto en su Manual de vida.

 

¿No debería ser la libertad, principalmente la de consciencia, el mayor goce al que se puede aspirar? ¿Existe mayor satisfacción que la producida por la autonomía de pensamiento? ¿Puede haber una libertad superior a la de elegir terminar con la existencia cuando el dolor físico y el sufrimiento mental se vuelven insoportables?