Los consumidores modernos pueden
identificarse con la formula siguiente:
yo soy = lo que tengo y lo que consumo.
Erich Fromm
Acaba de pasar la Navidad de 2019, la número sesenta para mi. Aunque no conmemoro el evento tampoco evito participar de las actividades festivas de la época, sobre todo de aquellas en las que abundan los manjares culinarios. Creo que ese es el principal atractivo que tiene la ocasión para quienes no estamos afiliados al cristianismo y para aquellos creyentes de ocasión que se sienten comprometidos con la tradición y aprovechan el momento para compartir con amigos y familiares que ven una vez al año.
Pocos conocen la historia del origen de la Navidad. La mayoría ignora que la designación del veinticinco de diciembre como el día del nacimiento de Jesús se debe a una decisión arbitraria de la Iglesia Católica de occidente en el año 354 durante el papado de Julio I como una medida cautelar para reemplazar el culto pagano al dios Mitra. Era en esta fecha que las legiones romanas del Bajo Imperio Romano en los tiempos de Diocleciano conmemoraban el solsticio de invierno. También los celtas y los nórdicos celebraban a Yule con una fiesta de bienvenida al nuevo ciclo que iniciaba después del invierno. Sin embargo, no fue hasta el año 529 que el emperador Justiniano emplazó ese día festivo en el calendario.
En el Yule o Jul se celebraba la Rueda del año o comienzo del nuevo año, ya que la rueda es un símbolo solar al que se pedía que alejara el invierno y la muerte y trajera el sol y la vida. En Persia el culto al dios Mitra, la divinidad de la luz, y los contratos sagrados se celebraban el 25 de diciembre pues según cuenta la leyenda dicho dios nació en esa fecha. De igual manera podemos ver como el cristianismo tiene en común con el mitraísmo el bautismo, la festividad del domingo, el agua bendita o la adoración de los pastores en el nacimiento de su dios.
Otra fábula que nos toca de cerca es el día de los Reyes Magos. Un evento que tampoco guarda relación con la verdad histórica y cuya celebración se formaliza con las representaciones teatrales entre el siglo XIV y XV durante la Edad Media. Estos personajes, que gozaron de mi aprecio en la infancia, han sido desplazados por el famoso Papa Noel o Santa Claus que se vincula a la mitología escandinava y a dioses como Odín, Thor y Saturno. Incluso, algunos ubican sus orígenes en Asia. También se dice que la figura del barbudo bonachón está inspirada en el obispo cristiano San Nicolás de Myra que vivió en el siglo IV en Anatolia, un territorio ubicado en la actual Turquía y cuyas reliquias se conservan en Bari, Italia. De los Reyes quiero añadir que, aunque nunca me trajeron la bicicleta que les pedí, agradezco las pistolas y el sombrero de vaquero que me fueron muy útiles en aquellas gloriosas batallas libradas en los patios y callejones de mi barrio.
La Navidad se ha convertido en el evento que más beneficios económicos produce en un breve período de tiempo. Miles de millones de dólares son destinados a satisfacer la vanidad de todos los que de una u otra manera participan del acontecimiento. Solo en los Estados Unidos, según la agencia de noticias EFE, el gasto alcanzó los 24,200 millones de dólares entre noviembre y diciembre de 2018. Una cifra equivalente al presupuesto anual de algunos países de África o Latinoamérica. Irónicamente este derroche de dinero no resuelve ni alivia las necesidades que padece mucha gente que vive marginada y a los que la cristiandad considera sus hijos predilectos (por ser pobres).
Durante mi acostumbrada caminata matutina recorrí varias calles de Santurce hasta llegar al puente Dos Hermanos que conecta la isla grande con la isleta de San Juan. Era la mañana del 26 de diciembre y la ciudad aun dormía. Todavía no había pasado el camión que recoge la basura y las montañas de botellas de licores y de latas de cervezas confirmaban que el jolgorio de la noche anterior no tuvo límites. También pude ver montones de cajas de televisores y de aparatos electrónicos que llegaron a remplazar los modelos anteriores.
Ese es el gran negocio, hacer que la gente asocie las fechas memorables con la actividad comercial para que compren y gasten. Ha pasado un mes desde que concluyeron las festividades de Navidad y los vitrinas ya exhiben la mercancía alegórica al día de la amistad o del amor. Así llegan una tras otra las celebraciones que no dan tregua a las tarjetas de crédito y que mantienen a la gente endeudada todo el año.